miércoles, 1 de agosto de 2007

Mi pasado under


Cuando era un adolescente no sabía para donde iba la micro. Sin embargo, había un aspecto que tenía muy claro en esa época: sólo quería ser diferente. Por eso pase por varios estilos, unos más afortunados que otros, claro.

Todo comenzó el 92' cuando me compré el primer disco de los Guns'n Roses. Con ese gran descubrimiento, supe lo liberador que era escuchar rock a todo volumen y producirme con toda esa parafernalia a lo Axl Rose que incluía bototos, jeans, cadenas, chaqueta de cuero "anarca" y lo más patético de todo: la clásica pañoleta en la cabeza. Sí, lo reconozco, salí a la calle con un trapo cubriendo mi cráneo. Y más aún, debo confesar que calcé vaqueros con punta acerada. Francamente, lamentable. Años de psicoterapia me ayudaron a superar el trauma de exponerme voluntariamente a tal ridículo. Evidentemente mi padre con suerte reconocía que yo era su hijo.

Pero afortunadamente mi fanatismo por el glam metal fue efímero. Y esto gracias al viaje de los GNR´s a nuestro país. Apenas arribó a la capital el xenófobo vocalista enfurecido por el asedio de la prensa y los fans quemó sus bototos que pisaron suelo chileno y despectivo les mostró la raja a cuanto ser humano se le cruzó por delante. Este desaguisado marcó la vida de este ferviente devoto de la banda y el altar que había construido con posters, cancioneros y discos fue destruido rápidamente.

Pero gracias a Dios llegó el Mesías, el salvador, aquel ídolo que no odiaba a los demás como Axl sino que se detestaba así mismo: Kurt Cobaín. Ahí comenzó mi verdadera evolución, la que se dio más en el plano musical, porque en el ámbito estético la cosa no prosperó mucho. Mi closet se llenó de camisas de franela, chalecos rotos y pantalones gastados. En esa etapa de mi juventud también aporté con una cuota de patetismo a mi aún corta existencia: fui al centro de Victoria con unos lentes de plástico rojo, psicodélicos, redondos y de unos 20 centímetros de diámetro. Toda una irreverencia para una ciudad cuya máxima vanguardia consistía en empaquetados huasos de jockey y zapatos "Caterpillar" y anacrónicos raperos bailando cumbias tecno en la plaza.
Después de darme cuenta de lo superficial de la onda "winner hardcore" de mi anterior estilo, me engrupí con el "grunge" y concluí que la filosofía perdedora y apática era para mí. El himno que representaría mi nueva postura era "Loser" de beck. Recuerdo que estaba convencido que esa corriente era mucho más consecuente con mi realidad: la de alguien tímido y malo para la pelota.
Con mis amigos aplanábamos las calles "shopiniando". la ruta de la ropa usada era sagrada y encontrar un trapo sucio, roto- pero único- era el objetivo. Y en esta misión, lo más emocionante era ir al "Galpón": una especie de decrépito gallinero o establo que se encontraba en una periférica calle de la ciudad. Ahí todo era surrealista. Literalmente, todos nos sumergíamos en un profundo y turbio pozo de "pilchas" desparramadas en el suelo. Allí las viejas se peleaban "joyitas" que no superaban los 200 pesos.

Recuerdo que fue en ese mar de prendas ultra recicladas donde encontré el más codiciado botín: Una impresentable chaqueta a cuadros cuyo valor se acercaba a los 50 pesos . Todos la querían, pero yo la había encontrado primero. Mis amigos efectauron muchos sobornos y planes para conseguir tal tesoro pero ninguno dio resultado. Ellos envidiaban esa desastrosa prenda que mi nana trato de zurcir infructuosamente mientras se desarmaba por lo deteriorada que estaba la tela.

Sólo una vez alcance a usar la mentada chaqueta. Y mi padre apenas me divisó su enojo se transformó en furia al ver que no pretendía sacármela. Me amenazó con desheredarme y echarme de la casa si no desechaba la "piltrafa". Era invierno y además no deseaba terminar como Kurt Cobain durmiendo debajo de un puente (mi fanatismo no llegó a tanto). Por eso decidí regalársela al Tóxico el que vivió un drama similar al mío pero con su madre. Finalmente, la chaqueta se transformó en una acogedora colcha para el perro.

Por fin en la universidad me di cuenta de una premisa algo evidente: para ser autentico no hay que ser parte de una categoría y se debe evitar la idolatría. Y aunque los odiosos estereotipos siempre cierran la forma y el fondo, de ahí en adelante siempre traté de escapar del lugar común, aunque paradójicamente esa actitud de renegar etiquetas también es algo trillado. A la larga todo se convierte en clisé

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